Aves imperceptibles

El sol está sobre la sequedad del campo, endurece los ánimos. La actividad de las aves es un reflejo de lo que acontece con las personas en el pueblo al mediodía: aparecen pocas y se pierden entre lejanas matas de hierbajos largos.

Gabriel rasga con mucho esfuerzo el terreno. Su vestimenta de mantas blancas se ensucia de sudor y tierra. Él se esfuerza hasta alcanzar la meta que se impone por lapsos -con sus medidas a ojo de buen cubero- y que le harán sentir acreedor de un justo descanso toda vez que las alcance. Traza varios metros de tierra, se mantiene así por largo rato hasta que, de un momento a otro, deja el arado clavado en la tierra. Enseguida hace pasos y se tambalea como si no soportara el peso invisible que se añadió en su cuerpo sometido al trabajo duro. Va directo a una piedra en las afueras del terreno. Le grita a Ramón y le indica el momento del receso. Ramón se dirige al camino que Gabriel hace con su paso. Lo alcanza, no se dicen nada. Llegan a la roca y se sientan a descansar. Gabriel está pensativo y sediento; Ramón jadea, encorvado. Un leve viento pasa muy cerca de ellos, tan leve y solitario como si fuera una limosna del clima. Apenas descansan. Gabriel insiste en platicar otra vez de lo mismo que ha venido platicando toda la semana.

        -Ramón, tengo ganas de ir pa'l río.

        -No dejes el trabajo, Grabiel, mi apá se va a encabronar.

        -Es que tengo un buen de sed, ya hicimos muchas rayas a la tierra, quiero beber agua.

        -Sí, cómo no, yo sé bien a qué vas al río, quieres ver a Carmen.

        -No, cómo crees. Bueno, sí, pero no sé si vaya a aparecerse. Ayer no vino.

        -Pu's si ya te conozco, Grabiel, ves una muchacha y luego-luego te pones jarioso.

        -Pu's sí, pero por esta que sí estoy enamorao, Carmen está muy bonita, con ella sí me quiero casar.

        -Ay, Grabiel, dice mi amá que no tienes remedio, que vas a terminar haciendo una burrada. ¿Nos regresamos a trabajar?

        -To'vía no, 'pérate otro ratito.

Descansan. Gabriel ve la sombra del árbol y se da cuenta de que aún no es la hora de ir al río para buscar a Carmen. Alza la cara. A lo lejos encuentra una grieta en la tierra. Por esta vez, esa es la meta. Camina y, una vez allí, va adonde dejó el arado y vuelve a la labor de empujar dicha herramienta con su propia fuerza.

Delinea surcos en el terreno e imagina que alguna piedra, o alguna hierba que está a lo lejos, es Carmen. Usa esa historia para darse ánimo. Se sugestiona, debe llegar a ella, si no lo hace será una premonición de lo que pasará en la realidad, por eso no se detiene, continúa pese al cansancio y la sed. Empuja el arado. Avanza y avanza sobre la tierra. De pronto, voltea hacia Ramón, nota que está distraído y le llama la atención.

        -¡Ramón! ¡Deja de estar pajariando y ponte a trabajar que hay que terminar pa' mañana!

Ramón se disculpa y, ante la evidente ingenuidad de su compañero, Gabriel piensa que puede negociar la distracción de Ramón.

Gabriel planea algo. Está a punto de ir hacia donde Ramón trabaja. Algo se lo impide, no puede dejar de empujar. Recuerda que tiene que alcanzar su meta porque eso le significa que alcanzará a Carmen, que hoy sí la verá en el río y que sí se casará con ella. Decide continuar, ahora con más prisa. Anda y empuja, traza la tierra. Persiste en su tarea hasta que alcanza la meta. Una vez que llega, inmediatamente grita, -¡Ramón!

Gabriel camina con prisa hacia la piedra del descanso. Nuevamente Ramón se dirige al trayecto de Gabriel y, cuando lo alcanza, no se dicen nada. Continúan. Llegan a la piedra. Se sientan a descansar. Mientras jadean de cansancio, Gabriel le dice a Ramón.

        -Quieres ponerte a juguetear, ¿verdá?

        -Pu's sí Grabiel, pero pu's hay que trabajar.

Gabriel voltea a ver al árbol solitario, su sombra le indica que ya casi es la hora de ir al río.

        -¿Y si por esta dejamos el trabajo y nos vamos a hacer lo que queramos?-, propone Gabriel.

        -Pero no vamos a terminar pa' mañana-, responde Ramón.

        -Pu's ni modo, que nos peguen nuestros papases, total, ya me estoy acostumbrando.

        -Pero yo no, Grabiel.

        -Bueno, pu's les dices que me peguen a mí, por mí no hay bronca.

        -Pero, ¿si no quieren?

        -Pu's les decimos que trabajamos en la noche.

        -Pero, ¿si no quieren?

        -Pu's. ¡Híjole! Pu's, les decimos que fuimos por agua y nos querían robar, total, tenemos permiso de ir por agua de vez en cuando.

        -¡Oye, sí! ¡Eso sí!

Gabriel termina de convencer a Ramón. Dejan la herramienta y el terreno, se apresuran para ir al río. Van sedientos y algo exhaustos, pero sin complicaciones: es la energía de la juventud. Caminan y caminan, se acercan más y más. Llegan muy cerca del río. Pasan entre ramas de pirules jóvenes. Se agachan para tomar agua.

        -Orita vengo, Ramón-, dice Gabriel.

Camina por la orilla del río hasta llegar al escondite en donde platicó con Carmen la semana pasada. Se detiene, echa vistazos alrededor del lugar. Comienza a esperar. Pasan algunos minutos. De pronto ve pasar a Hilario que muy alegremente se acerca.

        -¡¿Qué pasó, Gabriel?! ¡¿Qué haces por aquí?!

        -¡¿Tú, qué haces por aquí?!

        -Estoy esperando a una muchacha bonita que pasa por aquí a veces.

Gabriel se molesta.

        -¿Una muchacha bonita? ¿Quién es?

        -Una muchacha muy chula de bonita.

        -¡¿Y cómo es?!

        -Pu's tiene un pelo largo así, todo negro-negro, y tiene una boquita chula, toda roja-roja, y unos ojitos de capulín, todos negros-negros.

Tras escuchar la descripción de Hilario, Gabriel se figura a Carmen. Hilario se mantiene hablando de la muchacha. Gabriel enardece, está apunto de golpear a Hilario. Este continua con su descripción.

        -Sí, es hermana de una muchacha que se llama Carmen, que también está bonita, pero me gusta más la hermana.

Gabriel se calma mientras Hilario sigue hablando.

        -Yo vengo a ver si viene Carmen, pero pus ni se aparece-, añade Gabriel.

        -Ah, ta bueno, pu's nos quedamos a esperarlas-, afirma Hilario.

Se quedan esperando a las muchachas. Hacen plática sobre ellas, el trabajo o algún pasajero asunto del pueblo. Pasan varios minutos, casi horas.

        -Oye, Gabriel. ¿Será verdá que en la pulcata hay viejas encueradas?

        -¡No! Una vez nos llevó mi tío y no, allí hay puro borracho.

        -Es que Gonzalo me dijo que en la pulcata hay pura vieja encuerada.

        -¡No! Él fue a otro lado.

        -¿Y si mejor nos vamos a la pulcata a ver si hay viejas encueradas? Yo digo que ya no vinieron las muchachas.

        -Ve tú, allí hay puro borracho.

        -Pu's bueno, nos vemos luego.

Hilario se retira. Gabriel continúa su espera. Permanece ahí con la mesura de su labor en el campo. De repente, la luz del sol comienza a dejar de ser clara. Él da media vuelta estoicamente y da pasos hacia donde dejó a Ramón. Camina por el borde del río, de regreso. Encuentra a Ramón que juega con las luciérnagas en la orilla del río. Gabriel da a Ramón la orden de regresar. Se retiran entre las ramas de los pirules. Van por los terrenos solitarios para volver a su sitio de trabajo.

        -¿Estaba Carmen?-, pregunta Ramón.

        -No-, responde Gabriel con cortedad pues no quiere hablar del tema.

Ramón lo entiende, por eso regresan al terreno en silencio. Los insectos, perdidos en los suelos, truenan como matracas de fierro. El misterio de creencias nocturnas se expande por los cielos con el silbido de aves imperceptibles, Gabriel piensa que Carmen es como esas aves, asegura que existe pero no la ve. Ramón corre hacia Gabriel e intenta tomarlo de un brazo.

        -¡No seas mariquita, Ramón!-, dice Gabriel a su hermano tras alejarlo con un empujón.

Caminan. Fuera de los temores infantiles de Ramón, hay calma en su recorrido, es una paz nocturna cuyo despejado cielo es un rostro azul oscuro, pecoso de destellos minúsculos, como de una deidad originaria. Gabriel ve la silueta del árbol solitario y la define como su nueva meta, una que ya no le vale para nada pues se siente desconsolado por la ausencia de Carmen. De inmediato, recuerda que no terminaron el trabajo y piensa lo tanto que no valió la pena arriesgarse. Sin embargo, no suelta la meta fijada en el árbol.

Los hermanos llegan a sus tierras y no encuentran el arado.

        -¿Ya viste, Grabiel? ¡Nos robaron!-, dice Ramón, sorprendido.

        -Pu's 'tá bien.-, responde Gabriel, con indiferencia.

        -¡¿Qué tonterías dices, Grabiel?!

        -Pu's dejamos el trabajo porque dijimos que íbamos a decirle a nuestros papases que nos robaron. Y pu's sí nos robaron.

        -Ah, pu's sí cierto, Grabiel.


Firma: Josué Genesi.


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