Hablé con una desconocida

Se me acusa de ser uno de los que ve pasar el tornado de circunstancias desde la barrera del introvertido y, de ser sincero, hasta la fecha me cuesta socializar. Sin embargo, eso no ha significado que sea un insensible frígido y que no sienta atracción por las mujeres.

Tardé tanto tiempo en superar el obstáculo de mis deficientes habilidades sociales que ya era un veinteañero acabado cuando me aventuré a buscar novia.

Mi problema de buscar pareja a esas alturas de la vida fue que, en el entorno fijo de mi nueva realidad de veinteañero (la chamba godín), ya no hallaba mujeres dispuestas a darse una última oportunidad de ilusionarse mientras qué yo todavía tenía mucho por soñar, idealizar y fracasar. Aunado a que diario eran las mismas personas y que la poca nueva gente que aparecía en escena era exactamente igual a la que ya estaba.

Entonces, en un clima sentimental de ansias y desesperación por hacer latir mi corazón y hundirme en la edificante pasión de desvivirse por una mujer probablemente inigualable, en dos ocasiones me atreví a hablarle a una chica en plena calle, sin contexto que nos solapara ni antecedente que nos reuniera.

Aunque al principio me salió bien y al final no llegó a tanto, lo importante del tema es lo que trata de plantear el poema que da apertura a este escrito.

No fue una sola vez que me pasó que, en una charla casual con gente aparentemente confiable, combinado con un momento de los que intenta atar lazos y la inspiración que provoca la idea de que al fin uno encontró amigos, me sucedió que llegué a contar esas veces en que le hablé a una chica en la calle. Y toda vez mi interlocutor me dio a entender que eso solamente lo haría alguien que está enfermo de la cabeza, alguien que tuviera siniestras intensiones.

No quise darle tanta importancia aunque pueda más el ideario colectivo, sin embargo, no es sensato darlo por hecho como la regla que hace salir al sol cada mañana. Si no se hablaran las personas, sea cual sea la circunstancia, quizá no nos conoceríamos nunca y todos terminaríamos por ser un enjambre de silenciosos desconocidos separados individualmente.

Por otro lado, si uno o una no se atreve a hablarle a la persona que le gustó en la contracorriente de la vía pública, lo más que alcanzará a hacer es lanzar sueños a un abismo irreflexivo o publicar en redes sociales uno de esos videos absurdos donde piden a alguien más que localice a esa persona primeramente especial (como una ingenua invitación a que le coman el mandado) y que únicamente resaltan la inutilidad y la cobardía de quien lo publica (¿o alguien ya ha ligado así? Cuéntenme si sí).

En fin, si te gusta, háblale. Nada más sucederán las leyes regulares de la victoria y la derrota: no pasará de que te crean un enfermo o ganarás una revitalizante oportunidad.

Firma: Josué Genesi.


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