Página de un libro inédito - Capítulo 3 (Fragmento)

    Fue un absurdo, la cruel ironía del todo para nada: tuve que mencionar la larga y biliosa historia de la tarjeta de crédito por una razón que tiene que ver con la página de Elena. Después de tanto sufrimiento inventado entre que no quería poseer la tarjeta de crédito (y entre que la poseo), y en el revoltijo de aparentes necesidades derivadas de la modernidad, descubrí que la misma tarjeta de crédito me sería útil para la causa de Elena. Resultó que la red social da la opción de pagar para que una publicación ande en los muros virtuales a manera de promoción, como un anuncio que invita a los usuarios a ver y seguir la página de frases que desde hacía días había sido también mi responsabilidad.

    Al fin, la tarjeta estaba dispuesta a ayudarme en lo que era un problema en mi vida doméstica. En realidad, hubiera pagado en efectivo o con miles de millones de agradecimientos, pero la red aceptaba, dentro de mis alcances de ese momento, la tarjeta de crédito como forma de pago. En sí, el plástico no fue a socorrerme, más bien fue como un arreglo del destino a favor del banco prestamista del crédito y no de mí. Volviendo al tema, cierta noche subí las escaleras que llevan al primer piso y encendí una luz de paso para cruzar el pasillo que lleva a nuestro cuarto. Ella estaba dormida. Lo que pensaba hacer me hizo sentir como uno de los Reyes Magos haciendo lo suyo con sumo cuidado mientras la afortunada niña dormía. Llegué a la cama, entré en las cobijas, tomé mi celular, ingresé a la administración de la página y busqué la publicación con el diseño más atractivo y con la retórica más adecuada al procesamiento popular. La encontré.

Vivir en el engaño, te conformas.
Vivir los desengaños, suele herir.
Vivir indiferente, no te importa.
Vivir tan insegura, ¿qué decir?

    Mi sonrisa se pronunció. Elena dormía de lado, no sabía lo que yo tramaba a sus espaldas. Me quedé pensativo un momento. Quería indagar en mi lógica como para qué iría a pagar, si para comprar pases al agrado de varias personas en la red de redes o para adquirir el agrado de Elena. A punto estaba de convertirse esa concentración en ensoñación cuando atendí de golpe al tercer renglón de su verso y ordené esa publicidad. Era cuestión de esperar. Estaba seguro de que llegarían esos pulgares arriba. Mientras haya masas de gente, hay esperanza, la esperanza de usar como escondite a toda esa masa, la esperanza de encontrarse a alguien igual de bruto que uno entre esa masa.

    Planeé no contarle a Elena porque quería ver su reacción cuando viera tantos seguidores y comentarios en su publicación llegados “de la nada”. Con hacer trampa, quería ver su júbilo espontáneo como si fuera gratis. Se supone que el regocijo debe alcanzarse gratis. Quizá lo que quise decir es que para ese júbilo no haya implicado el pago por publicidad, ese júbilo que fue como si se consiguiera con una transacción monetaria o una dádiva trivial. Volteé hacia ella. Seguía acostada de perfil. Le exigía un abrazo a la parte de cobijas que nuestro matrimonio le garantiza. La vi como un risco en el oleaje nocturno del cobertor azul marino, una silueta de curvas tan pacífica y rodeada de tormentos injustificables.

    Apagué la lámpara. No pude dormir por unos minutos. El cuarto era invadido por gente que reclamaba, insultaba, opinaba, aplaudía y olvidaba. Me vi recibiendo los jitomatazos con tal de que mi escultural risco estuviera en su calma perpetua, con su mar de sueños y pesadillas. Infectado de curiosidad, pensaba en la cantidad de personas que pudieran ocupar asientos en el auditorio mundial en cada verso que Elena Sonia Acosta presentase con esa sonrisa modesta y delatora, y que la atención pública le da al eminente que espera ovaciones. Al mismo tiempo, estaba intrigado por mi pesimismo que señalaba la posibilidad de cosechar desdén automático e hipocresía pretenciosa de ese foro internacional. Con esta gente nada se sabe. Me dormí. Tuve una pesadilla en la que mi decisión derivó en vergüenzas y conflictos. Fue de esos sueños con clima de premonición.

Firma: Josué Genesi.


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